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Obreros bananeros en Nicaragua

En la plantación

Nos vamos por una carreterita destapada a algunos kilómetros al norte de El Viejo. Ningún letrero indica que por aquí se entre a las once inmensas plantaciones del banano que responden por la exportación total de bananas. Aquí trabajan más de 3 000 obreros. De ellos se cree que 1 700 estén enfermos.

Aquí no se ve con buenos ojos a los periodistas. Con riesgo de perder sus empleos, representantes del sindicato nos hacen entrar disimuladamente, para darnos el chance de contar lo que pasa dentro de la zona.

Viajamos kilómetro tras kilómetro a lo largo de filas de plantas de banano. Los codiciados racimos de bananos están protegidos por sacos azules de plástico, empapados de insecticidas. Al cabo de media hora alcanzamos la entrada de la plantación “Enigma”. Un guardia con escopeta de cañón recortado se nos acerca.

-No se preocupen. Está con nosotros, dice el chofer del camión.

El guardia abre la verja y entramos. Al poco rato podemos ver las viviendas de los obreros. Galpones largos, pintados de blanco, dan la impresión de un campamento de trabajo forzado. Aquí viven 170 obreros con sus familias en medio de la plantación.

Una vez por semana llegan las avionetas. Se calcula que 20% de los insecticidas cae fuera de las plantaciones. Por esa razón la ley en Estados Unidos exige que se mantenga una distancia de 3 kilómetros entre las viviendas de los obreros y las plantaciones.
Nosotros llegamos a la hora del almuerzo y los obreros muestran mucho interés en hablar con nosotros. Nos cuentan de sus enfermedades, nos muestran dolencias extrañas de la piel, quistes como bolas bajo la piel.

Viene un mensajero y dice que el capataz está en las cercanías. Tenemos que irnos.
Por pequeños caminos que serpentean entre casas decrépitas y chozas, nos internamos dentro de los inmensos cultivos.


Los cultivos

Al fin damos con nuestra destinación. Al fondo de las plantaciones se encuentra una pista de aterrizaje de avionetas de fumigación y una instalación moderna para la preparación de insecticidas. Guardias armados vigilan y nosostros no nos podemos acercar. Aquí las avionetas llenan sus depósitos con capacidad de aproximadamente 1.500 litros.

Al lado se encuentran unas casuchas que antes servían de depósito de insecticidas. A pesar que haber quedado fuera de uso, la tierra donde están construidas está tan empapada de veneno que los ojos nos arden y dificulta la respiración por el aire extrañamente seco.

En una de las casuchas vive una familia. Niños mocosos corren por el piso de madera. Una niña de unos 12 años nos observa con sus grandes ojos pardos. Está encinta.

Los adultos y los hijos mayores trabajan de jornaleros en las plantaciones. Cuando tienen trabajo ganan 15 coronas al día. Al principio no quieren hablar, avergonzados por su miseria. Luego, poco a poco nos cuentan de los interminables resfríos y dolores de cabeza de los niños. Comprenden muy bien que no es un ambiente bueno para los niños.

¿Pero dónde más vamos a vivir? ¿ Adónde vamos a ir?