¿Igualdad o mala educación?
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Muchos suecos viajan a diferentes países para capacitar a las comunidades en materia de género. Algunos proyectos funcionan bien, otros obtienen resultados dudosos. Por nuestra experiencia hemos notado sin embargo un problema que tiene o puede tener consecuencias desastrosas.
El problema se da en la confrontación de dos culturas. De un lado la cultura sueca que le ha enseñado a hombres y mujeres a comportarse de forma más o menos igualitaria, a no violar las normas de cada individuo y a defender su espacio territorial. De otro lado la cultura local.
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Para ilustrar esto voy a poner un ejemplo: Una mujer sueca va por una calle en una ciudad sueca cargada de maletas tan pesadas que ella escasamente puede con ellas. La mujer tal vez piense “yo puedo sola” (comportamiento igualitario), una mujer u hombre sueco que la mira piensa tal vez “qué maletas tan pesadas pero seguro que esta chica se las arregla sola” (no hay que violar las normas individuales) y si el hombre le ofreciera ayuda a la mujer no es improbable que la mujer respondiera “¿Cree usted que por ser mujer no voy a poder cargar las maletas?” (Defensa del espacio personal.) Todo esto en un plano hipotético y con el riesgo de toda generalización, por supuesto.
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Como en el ejemplo anterior existe posibilidad de discutir el peso de las maletas, la situación subjetiva, etcétera, voy a poner otro ejemplo de carácter personal: Cuando llegué a Suecia tenía yo la mala costumbre de abrirle la puerta a las mujeres, cederles el asiento en el metro, y lo peor de todo, creo, darles la mano para bajarse del autobús. Durante toda mi vida de niño y de joven recibí reprimendas por no darle la mano a las mujeres al bajarse del autobús. La operación es simple pero requiere entrenamiento. Cuando usted va en compañía de mujeres en un autobús, al momento de bajarse usted como hombre debe bajarse primero, procurando no tumbar a las acompañantes y darles la mano desde tierra para que puedan bajarse sin peligro. La razón de esta costumbre no la sé con exactitud pero supongo que se debe a la mala maña de los choferes de buses de nuestros países de dejar a la gente en cualquier parte de la calle y no parar totalmente para que se bajen los pasajeros o tener prisa por acelerar nuevamente. Cuando yo intenté repetir este acto de amabilidad en Suecia recibí, lo mismo que muchos de mis amigos, un bufido estremecedor como respuesta “¡que no soy paralítica!” Y ni siquiera me dieron la mano. Ahí quedaba yo parado con la mano extendida como un tonto. Hasta que aprendí o mejor, desaprendí todo lo aprendido. De un extremo pasé al otro extremo, hasta que después de diez años creo haber encontrado un balance, he entendido que no se trata de mala educación sino de diferentes formas en el trato imposibles de descubrir para un recién llegado.
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La representación de la mujer como débil y subordinada al hombre es innegable y debe combatirse. Pero, ¿qué pasa cuando nuestra voluntaria llega a Latinoamérica? (Nótese que ésta situación también podría suceder en muchos países del continente europeo.) Pero si ella llega a su organización contraparte o a una pequeña comunidad y es recibida en la estación de autobús por los miembros más representativos, y la voluntaria se niega a que le ayuden con las maletas, ¿cuál es la impresión que se lleva el comité de bienvenida? Lo más probable es que se trata de una persona orgullosa y maleducada o peor aún que desconfía de ellos. ¿Puede un malentendido en el primer encuentro estropear la cooperación futura? Sí, es lo más probable.
Desde ésta perspectiva los hombres la tienen más fácil. Una actuación similar en el caso de un hombre también puede dar los mismos malos resultados en el contacto, pero es innegable que existe un grado mayor de permisividad.