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Disparar para que no cambie nada

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El fracaso no sólo de las Brigadas Rojas en Italia, sino de muchos movimientos en Latinoamérica se debe a que construyeron todos sus proyectos partiendo del supuesto de que este sector desesperado y violento existía, y que se podía calcular no por decenas o centenares de personas, sino por millones. La mayor parte de los movimientos de Latinoamérica consiguieron llevar a algunos gobiernos a la represión feroz, pero no lograron que se rebelara un área que evidentemente era mucho más reducida de lo previsto por los cálculos de los terroristas. En Italia, el mundo de los trabajadores y las fuerzas políticas reaccionó con equilibrio y, por más que algunos criticaran ciertos dispositivos de prevención y represión, no se produjo la dictadura que las Brigadas Rojas esperaban. Por eso, las Brigadas Rojas perdieron el primer asalto (y todos nosotros nos convencimos de que habían abandonado el proyecto).


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La derrota de las Brigadas Rojas convenció a todos de que, al fin y al cabo, no habían conseguido desestabilizar nada. Pero no se reflexionó lo suficiente sobre el hecho de que, en cambio, sirvieron en gran medida para 'estabilizar'. Porque un país en el que todas las fuerzas políticas se habían comprometido a defender el Estado contra el terrorismo indujo a la oposición a ser menos agresiva y a intentar más bien las vías del llamado asociacionismo. Por ello, las Brigadas Rojas actuaron como un movimiento estabilizador, o, si se quiere, conservador. Poco importa que lo hicieran por un error político garrafal o porque estuvieran debidamente manipuladas por quien tenía interés en alcanzar ese resultado. Cuando el terrorismo pierde, no sólo no hace la revolución, sino que actúa como elemento de conservación, o de ralentización, de los procesos de cambio.


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Lo que llama la atención en la última hazaña terrorista, por lo menos a simple vista, es que normalmente los terroristas mataban para impedir un acuerdo (según enseña el caso Moro), mientras que esta vez da la impresión de que han actuado para obtener un desacuerdo (en el sentido de que muchos consideran que, después del asesinato de Biagi, la oposición debería atenuar, suavizar y contener sus manifestaciones de desacuerdo y los sindicatos deberían aplazar la huelga general.

Si hubiera que seguir esta lógica ingenua del cui prodest, habría que pensar que un sicario gubernamental se puso el casco, se subió a la moto y se fue a disparar a Marco Biagi. Lo cual no sólo parece excesivo hasta a los más exasperados 'satanizadores' del gobierno, sino que induciría a pensar que las Brigadas Rojas no existen y no constituyen un problema.

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El hecho es que el nuevo terrorismo confía, como siempre, en el apoyo de millones de partidarios de un potencial sector revolucionario y violento (que no existe), pero sobre todo ha visto el extravío y la descomposición de la izquierda como un excelente elemento de descontento entre los componentes de ese sector fantasma. Ahora, los corros (compuestos, como es sabido, por respetables cincuentones pacíficos y demócratas por vocación), las respuestas que han intentado darles los partidos de oposición y la reagrupación de las fuerzas sindicales estaban reconstruyendo en el país un excelente equilibrio entre gobierno y oposición. Una huelga general no es una revolución armada, es sólo una iniciativa muy enérgica para llegar a modificar una plataforma de acuerdo. Y, por lo tanto, también esta vez, aunque aparentemente parezca que se trata de impedir la manifestación de un desacuerdo, el atentado de Bolonia aspira a impedir un acuerdo (aunque sea conflictivo y discutido). Sobre todo aspira a impedir, en el caso de que la oposición sindical modifique la línea de gobierno, que se fortalezca el verdadero enemigo del terrorismo, es decir, la oposición democrática y reformista.