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No basta con la pena

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Mujeres anónimas dispuestas a relatar su "historia" y regalar los morbosos oídos del público con detalles escabrosos que, por innecesarios, hieren en muchos casos la sensibilidad.

El afán de novedad impone cada nueva temporada mayores dosis de dramatismo, de truculencia. Es el todo vale con tal de que suban las audiencias. El negocio. Ahora se ha puesto de moda que las presentadoras -en la programación "rosa" de la tarde predomina el género femenino- en vez de permanecer de pie y a distancia de las invitadas, se aproximen y se sienten al lado de la "valiente" mujer que se atreve a contar ante las supuestas millonarias audiencias cómo y cuánto le han pegado, maltratado y humillado, física y psicológicamente, con todo lujo de detalles. A veces, con la emoción del relato, a la invitada se le seca la garganta o le brotan las lágrimas impidiéndole seguir. Es el momento idóneo para que la presentadora, arrebatada por su humanidad, le haga una caricia, le ofrezca un vasito de agua, le seque las lágrimas y, mirando con gesto conmovido a la cámara, suelte algo así como: "Ahora nos vamos un momentito a publicidad, pero no se muevan. A la vuelta seguiremos con este y otros terribles y emocionantes relatos. No se vayan". Y, ciertamente, los testimonios -sean verdad o mentira- encogen el corazón.

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La televisión, como se sabe, gusta y necesita de lo espectacular, de lo extraordinario, del drama, para sobrevivir. La tendencia, incluidos los informativos, es ir aumentando gradualmente su intensidad hasta límites insospechados, siempre cuestionables desde la ética informativa. Cada día que pasa las imágenes y el grado de violencia en los programas son más fuertes. Se seleccionan aquellas imágenes novedosas siempre que sean impactantes, conmuevan, aterren. Imágenes en las que abunda la sangre, la destrucción, la muerte en directo (Afganistán, Palestina, el '11-S'…). Los detalles escabrosos hacen crecer, supuestamente, el interés y el valor informativos. Nada vale sin embargo, o eso parece, la dignidad de las personas, dueñas absolutas de sus cuerpos y de sus vidas, ahora malheridas, rotas, perdidas, desperdigadas, indefensas ante la mirada carroñera de una cámara. Resulta injustificable, se mire por donde se mire, jugar a ser "testigos de la realidad" y ofrecer después, como gancho de audiencias, la visión de una mujer recien acuchillada, con la cara hinchada y a medio vendar, llena de moraduras y heridas por todo el cuerpo, y un brazo prácticamente imposibilitado.

El respeto y consideración al género humano debería poner fin al simulacro de aparecer como "cámaras sensibles y solidarias", mientras se hace negocio con mercancías tales como sangre, dolor, vendas, lágrimas, heridas, ignorancia, sufrimiento, necesidad.