El encuentro entre aztecas y españoles
1
”¿Qué pasa cuando una bala de cañón imparable golpea un poste irrompible?” ...
2
...
El resultado del encuentro entre estas civilizaciones gemelas no estaba dado de antemano, especialmente si tenemos en cuenta que el grupúsculo de Cortés se enfrentaba a un ejército experimentado y bien organizado que literalmente hablando era cien veces más fuerte. La historia de la caída del imperio azteca contiene también un sinnúmero de momentos cruciales uno de los cuales realmente hubiera podido cambiar la balanza. Porque ciertamente las posibilidades de éxito jugaban en contra de los españoles...
3
Lo que hizo del todo posible que los conquistadores desafiaran al gran imperio fueron dos debilidades que estaban escondidas en el sistema azteca. En primer lugar: por su forma cruel y mezquina de gobernar se hicieron odiar de sus vecinos y temidos por sus países dependientes. Los españoles por tanto pudieron de manera fácil hacer aliados entre los otros grupos indígenas quienes pudieron haber interpretado la guerra de conquista como una forma de campaña libertadora. La otra debilidad de los aztecas era su visión teológico-ideológica del mundo, que no tenía reservaciones, ritual, bella y cruel...
... Uno de los muchos relatos en la rica y desalentadora mitología azteca, trataba del dios mayor, Quetzalcoatl, quien alguna vez al principio de los tiempos fuera expulsado pero había amenazado con volver para castigarlos de nuevo. La profecía decía entre otras cosas que aquello ocurriría el año: “uno caña” y el día “nueve viento”. ¿Y que de la apariencia entonces? Pues, todas las imágenes lo mostraban de negro.
Traducido al calendario europeo “uno caña” y “nueve viento” es el 22 de abril de 1519. Por coincidencia ese día pisó Cortés tierra mexicana, y como una nueva coincidencia era viernes santo y por ello iba vestido de luto.
4
No todos los indios creían que Cortés fuera un dios. Algunos – como los mayas- consideraron desde el primer momento a los invasores de tez pálida como ladrones y conquistadores y los combatieron con y por todos los medios posibles. Ni siquiera es seguro que el jerarca de los aztecas, el elocuente, nervioso y paranoico Moctezuma, creyera que Cortés realmente fuera una divinidad encarnada sino mas bien una especie de precursor – lo que, él irónicamente, de cierta manera era, pero ese dios no se llamaba Quetzalcoatl sino Jesucristo. Sea como fuere surgió la confusión suficiente alrededor de quiénes ERAN en realidad los españoles para que los aztecas pudieran reagruparse y contragolpear a los invasores con todas sus fuerzas.
Igual que para todos los que viven encarcelados en una visión del mundo destrozada por la ideología, la interpretación estaba dada de antemano. Que por ejemplo los invasores recibieran encantados sus abundantes regalos solamente podía significar una cosa a ojos de los aztecas: que ellos se les sometían. Que este gesto por el contrario hubiera espoleado a los españoles dubitativos y desunidos a una invasión de su imperio no les podía caber en la cabeza. Pero a la larga ni las categorizaciones más inflexibles pudieron oponerse a la dura realidad.