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La guerra del fútbol

Por: Richard Kapuchinsky

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Luis Suárez dijo que iba a haber guerra, y todo lo que Luis dijera yo se lo creía. Vivíamos juntos en México y Luis me estaba enseñando cómo funcionaban las cosas en América Latina. Qué es y de que manera hay que entenderla. Él era bueno para predecir el futuro. Por ejemplo había predicho la caída de Guolart en Brasil, la caída de Bosch en la República Dominicana y la caída de Jiménez en Venezuela. Mucho antes de que Perón regresara aseguraba que el viejo caudillo volvería a ser el presidente de Argentina. El previó inclusive la inminente muerte del presidente de Haití François Duvalier, a pesar de que todo el mundo pensaba que viviría mucho más. Luis sabía cómo uno se debía mover por la resbaladiza política latinoamericana, en donde aquellos novatos como yo sin falta nos atascábamos o nos caíamos.

Esta vez Luis presentó su opinión de una guerra inminente cuando dejó de lado el periódico en el que había leído sobre un partido de fútbol entre las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador. Los dos equipos estaban luchando por una plaza en el mundial de fútbol que se llevaría a cabo en el verano de 1970 en México.

2

El primer partido se jugó el domingo 8 de junio de 1969 en Tegucigalpa, la capital de honduras.

Ninguna persona del ancho mundo le prestó atención a este drama. El equipo de El Salvador llegó a Tegucigalpa el sábado y pasó la noche en vela en el hotel. La selección no pudo dormir porque fue objeto de la guerra sicológica desatada por los aficionados hondureños. El hotel fue rodeado por una masa de gente. La gente les tiró piedras a las ventanas, golpearon con palos latas y galones de gasolina vacíos. Cohetes de pólvora no dejaban oír nada. Los autos parqueados delante del hotel hicieron sonar sus bocinas con ruido ensordecedor. Los aficionados chiflaron, vocearon y se mofaron. Durante toda la noche. Todo para que el equipo visitante sin dormir, muerto de cansancio y nervioso perdiera el partido. En América Latina estos métodos son pan de cada día y a nadie sorprenden.

Al otro día el equipo de El Salvador perdió vencido por el sueño frente a Honduras (0-1).

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Cuando el atacante hondureño Roberto Cardona hizo el gol de la victoria en el último minuto estaba la joven de dieciocho años Amelia Bolaños frente al televisor en El Salvador. Se paró, se lanzó al cajón del escritorio en donde su papá guardaba la pistola y se disparó una bala en el corazón. ”Joven no soportó ver a su patria arrodillada” decía al otro día el periódico salvadoreño “El Nacional”. El entierro de Amelia Bolaños se transmitió por la televisión y toda la capital participó en el sepelio. A la cabeza de la procesión marchaba la guardia de honor del ejército llevando su estandarte. Detrás del féretro, que iba envuelto en la bandera nacional, iba el presidente de la república rodeado de sus ministros. Detrás del gobierno iba el onceno nacional del equipo salvadoreño, quienes esa misma mañana en medio de rechiflas y gritos habían abandonado el aeropuerto de Tegucigalpa y volado de regreso en un vuelo charter.