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La guerra del fútbol

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Pero una semana más tarde llegó la hora de la revancha en la capital de El Salvador, San Salvador, en el estadio de fútbol con el bello nombre de ”Flor blanca”. Esta vez le llegó el turno al equipo de Honduras de pasar la noche en vela: la bulliciosa horda de fanáticos había roto todas las ventanas del hotel y tirado toneladas de huevos podridos, ratas muertas y harapos malolientes. Los deportistas fueron trasladados al estadio en vehículos blindados pertenecientes a la primera división mecanizada de El Salvador, lo cual los salvó del vengativo y sanguinario populacho parado a lo largo de la vía llevando retratos de la heroína nacional – Amelia Bolaños.

El estadio estaba rodeado de militares. Alrededor del campo de juego los soldados del cuerpo especial. La Guardia Nacional formaron una cadena con ametralladoras listas para usar. Mientras sonaba el himno nacional de Honduras toda la arena aulló y rechifló. En lugar de la bandera de Honduras, que fue quemada a los ojos de los delirantes espectadores, los anfitriones izaron un trapo sucio en el asta. Sobra decir que en medio de estas circunstancias los jugadores de Honduras no pensaron mucho en el juego. Solamente se concentraron en pensar en la forma de salir vivos de allí. “Por suerte perdimos el partido”, comentó aliviado el entrenador visitante Mario Griffin.

El Salvador ganó 3-0.

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Del campo de fútbol el equipo hondureño fue conducido directamente al aeropuerto en los mismos vehículos blindados. Peor suerte corrieron sus hinchas. A golpes y patadas huyeron hacia la frontera. Dos seres humanos pagaron con su vida. Docenas fueron a parar al hospital. Ciento cincuenta autos pertenecientes a los visitantes fueron quemados. Horas después se cerraron las fronteras de ambos estados.

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Esta era la información que Luis había leído en los periódicos y por esto afirmaba que iba a haber guerra. Él había sido un reportero con mucha experiencia y tenía sus trucos.

En América Latina nos decía, las fronteras entre fútbol y política son muy, pero muy débiles. Hay una larga lista de gobiernos que han perdido las elecciones o sufrido un golpe de estado por culpa de que la selección nacional ha perdido un partido de fútbol. Los que pierden son llamados traidores a la patria por los periódicos. Cuando Brasil ganó el mundial en México, mi colega que era exilado político, dijo fuera de sí: “Ahora pueden los militares de derecha gobernar tranquilos por lo menos cinco años más”. En su marcha hacia el título mundial Brasil había vencido a Inglaterra. El periódico de Río de Janeiro Jornal dos Sportes publicó un artículo con el título “Jesucristo defendió a Brasil” aclarando la victoria de la siguiente manera: “Cada vez que hubo un centro en contra de nosotros y un gol parecía inevitable, estiraba Jesús el pié desde las nubes y pateaba la bola hacia fuera.” El artículo venía ilustrado con un dibujo en donde se mostraba el fenómeno sobrenatural.

Quien va a fútbol puede arriesgar la vida. Por ejemplo durante un partido que México perdió contra Perú por 1-2. Un frustrado hincha mexicano grito de broma: ¡Viva México! Un rato más tarde estaba muerto en las gradas linchado por la masa enfurecida. Pero hay casos en que los sentimientos inflamados tienen otras salidas. México le ganó a Bélgica por 1-0. Un director de cárcel borracho por la victoria en Chilpancingo (estado de Guerrero), Augusto Mariaga, corrió por su cárcel, sacó la pistola e hizo disparos al aire mientras grita “¡Viva México!” Abrió todas las celdas y liberó a 142 condenados a cadena perpetua. El tribunal libera a Mariaga “porque” se puede leer en los considerandos de la sentencia, “ha actuado bajo la influencia de sentimientos patrióticos”.