Viudas del cerro de la plata
Se han acostumbrado a torear los malos modos y los insultos de los mineros por entrar en el cerro y trabajar dentro.
Aún más cerca de la cumbre cónica del cerro que domina la ciudad. Isabel y Julia se disponen a empezar su jornada en la bocamina Santa Clotilde. Ocupan los asientos delanteros del autobús y, desde la ventanilla, observan el paisaje multicolor tan conocido, querido y odiado por los que trabajan en las minas. Sobre las rodillas, Julia sostiene una vieja bolsa y un gastado casco naranja. Cuando se apean del vehículo, un grupo de hombres que ocupan los asientos traseros las miran con reprobación. "Bolivia es medio triste", afirma Isabel mientras intenta recuperar el aliento tras la subida. "Cuando trabajamos, comemos, y cuando no trabajamos, no tenemos nada que comer". Isabel está a punto de cumplir los 60 años. Tiene ocho hijos que emigraron hace tiempo a Argentina y Perú, y ya no recuerda cuántos años hace que su marido murió de silicosis. Unos pasos más adelante, Julia continúa el ascenso. Tiene 47 años y tres hijos que ha criado sola desde que su marido la dejara por otra mujer. Ambas se han acostumbrado a torear los malos modos y los insultos de los mineros por atreverse a trabajar en "interior mina". Lo hacen desde 1993. "Se está agotando el mineral, y para las mujeres no hay zonas en las que pallar buen mineral", asegura Julia mientras cambia sus polleras por un enorme pantalón vaquero hecho a retales. "Por eso buscamos plata y estaño cada día dentro de los túneles."
En Potosí solo hay otras dos mujeres que no hacen caso de la superstición y pasan su jornada laboral bajo tierra, en los socavones. "Con el tiempo y mucho esfuerzo se han ganado el respeto de los mineros. ¡Hasta imitan su manera de hablar!", dice Prima. El origen de tanta desconfianza masculina es el Tío, una especie de dios de la mina personalizado en una figura de barro que representa al demonio, con cuernos, bigote o barba de chivo y un enorme pene erecto. Según las creencias indígenas de los mineros, el Tío es el dueño del mineral y del Sumaj Orko (cerro hermoso), y no duda en esconder las preciadas piedras ante la presencia de una mujer.
"Dicen que es porque tiene miedo de la Pachamama, la madre tierra, que se pone celosa cuando las mujeres entran en sus dominios", explica Johnny, un minero de 18 años que se gana unos bolivianos enseñando la bocamina Morena a los visitantes. Dado su poder, los mineros potosinos celebran todos los martes y el último viernes de cada mes un ritual únicamente masculino en el que ofrecen al Tío cigarros, hojas de coca y alcohol, mientras ellos se emborrachan hasta el amanecer. Durante el carnaval de los mineros, sacrifican una llama preñada, adornan con sangre la entrada de la bocamina y le ofrecen el feto al mítico personaje. De esta forma satisfacen los vicios de su dios a cambio de protección y buen mineral.