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La guerra del fútbol

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Bajé con el telegrama, encontré al dueño del hotel y traté de que me ayudara a encontrar a alguien que me acompañara al correo. Era mi primer día en Tegucigalpa y yo no conocía la ciudad. Grande no era –un cuarto de millón de habitantes solamente- pero como está construida sobre cerros tiene una red vial compleja. El dueño quería ayudarme pero no había nadie a mano y yo tenía prisa. Finalmente llamó a la policía. Ningún policía tenía tiempo. Entonces llamó a los bomberos. Vinieron tres bomberos completamente equipados con cascos y hachas. Nos saludamos a ciegas, no les vi ni la cara. Les pedí suplicante que me llevaran al correo. Yo conocía Honduras bien, mentí, así que yo sabía de la amabilidad de la gente en este país. Yo estaba seguro de que no se iban a negar, les dije. Era de suma importancia que la comunidad internacional se enterara de la verdad, quién había empezado la guerra, quién había disparado primero y tal, y les aseguré que yo había escrito exactamente como había ocurrido. Así que había prisa y teníamos que apurarnos.

Abandonamos el hotel. La noche estaba oscura como el carbón, yo solo veía el trazado de la calle. Yo no sé por qué, pero nos hablábamos en susurros. Traté de grabarme el recorrido de memoria contando los pasos. Ya casi había llegado a los mil cuando los bomberos se pararon y uno de ellos golpeó en una puerta. Una voz desde adentro nos preguntó que quiénes éramos. Después se abrió la puerta pero solo lo suficiente para no dejar escapar mucha luz. Ya estaba dentro de la oficina de correos. Me dijeron que tenía que esperar. En todo Honduras hay sólo un aparato de télex y estaba ocupado por el presidente de la república. Él estaba intercambiando ideas por télex con el embajador de Honduras en Washington, de quien quería que se dirigiera al gobierno de los Estados Unidos con una solicitud de ayuda armada. Esto les tomó mucho tiempo porque el presidente y el embajador utilizaban un rico y florido lenguaje y para colmo de males la comunicación se cortó de manera abrupta.

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Solamente hasta la medianoche conseguí comunicación con Varsovia. La máquina martilló el número TL 813 480 PAP VARSOVIA. Yo saltaba de la alegría. El operador me preguntó:

“¿Es que Varsovia es un país?”

“No es ningún país. Es una ciudad. El país se llama Polonia.”

“Polonia, Polonia”, repetía, pero yo me di cuenta de que el nombre no le decía ni un carajo.

Le preguntó a Varsovia:

HOW RECEIVED MGS BIBI ++=:?

Y Varsovia respondió:

RECEIVED OK OK GREE FOR RYSIEK TKS TKS +++!

Abracé al operador y le deseé que ojalá conservara el pellejo durante la guerra y me regresé para el hotel. Después de dos pasos me di cuenta de que estaba completamente perdido. Me encontraba en medio de una terrible oscurana, cerrada, concentrada e intraspasable, como si alguien me hubiera tirado brea en los ojos, literalmente no veía nada, ni siquiera mi mano frente a mí. El cielo debería haberse cubierto nuevamente porque las estrellas habían desaparecido y no se veía ninguna luz en ninguna parte.